De obras de Swedenborg

 

Influjo #1

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1. Influjo

Cuando, tal como se cree, en la naturaleza estos animales o insectos se generan en el suelo o en las hojas de las plantas, y cuando examinan las cosas maravillosas en sus organismos y las cosas hechas por sus medios, piensan que la naturaleza los produce, sin saber que su formación y vivificación es del mundo espiritual, y su recepción y vestimenta del mundo natural, además, que el calor del sol en la primavera y el verano disuelve y adapta las partículas de naturaleza más pura para la recepción del influjo, y para el proceso de vestimenta. Por lo tanto, el mismo argumento y la misma confirmación, que los creyentes de la naturaleza derivan de allí, son para mí un argumento y una confirmación de un influjo continuo de lo espiritual al mundo natural. Escrito en el año 1750.

"Los cambios de las orugas en mariposas, el gobierno de las abejas y muchas otras cosas que se describen en este libro son signos manifiestos de tal influjo". [Ver Cielo e Infierno 567, también Cielo e Infierno 39, 108-109.]

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De obras de Swedenborg

 

El Cielo y el Infierno #108

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108. Que todas las cosas que hay en el mundo nacen de lo Divino y se revisten de tales formas en la naturaleza mediante las cuales pueden estar allí, prestar uso y así corresponder, consta claramente por las cosas singulares que se presentan tanto en el reino animal cuanto en el reino vegetal. En ambos hay cosas tales que toda persona, si piensa desde su interior, puede ver que son del cielo. Para ilustrar, se puede, entre innumerables otras, citar unas pocas; he aquí primero, algunas en, el reino animal. Que una especie de saber se halla allí, por así decir implantado en cada animal, es conocido por varias personas. Las abejas saben recoger la miel de las flores, construir celdas de cera en las cuales guardan su miel, y de esta manera proporcionarse alimento a sí mismas y a los suyos, también para el venidero invierno. La hembra deposita huevos, las demás prestan sus servicios, cubriéndolos por todos lados, para que nazca de ellos una nueva prole. Viven bajo cierta forma de gobierno, la cual todas ellas conocen por (un saber) implantado; guardan las útiles, expulsan las inútiles y las despojan de sus alas; aparte de otras cosas maravillosas, que del cielo tienen a causa del provecho, porque la cera sirve al género humano para luz en todas partes del mundo, y la miel para agregar dulzor a los alimentos. ¿Qué no sucede con las orugas, que en el reino animal son los más inferiores? Saben nutrirse del jugo de sus hojas especiales y, transcurrido el plazo exacto, circundarse de un filamento, y por así decir meterse en útero, así empollando la prole de su género. Algunas se convierten en ninfas y crisálidas, produciendo hilos, siendo después de cumplido trabajo dotadas de otro cuerpo y adornadas con alas, vuelan por el aire como en su cielo, celebran nupcias, depositan huevos y se proporcionan su prole. Además de estos especialmente, todo volátil bajo el cielo, en general, conoce su alimento del cual se ha de nutrir, no tan solo cual es, sino también donde se encuentra; saben construir sus nidos, una especie diferentemente de otra especie, depositar en ellos huevos, empollar las crías, alimentarlas y echarlas del nido cuando pueden cuidarse ellas mismas. Nada diré de las maravillosas cosas en los mismos huevos, donde se hallan dispuestas por su orden cuantas cosas hacen falta para la formación y la nutrición de la naciente cría, aparte de innumerables otras cosas. ¿Quién, pensando algún tanto por sabiduría racional, diría jamás que estas cosas son de otra parte que del mundo espiritual, el cual al mundo natural sirve para revestir de cuerpo, aquello que es de allí, o sea para presentar en efecto lo que en la causa es espiritual? La causa de que los animales de la tierra y las aves del cielo nacen con este saber, y no así el hombre, el cual sin embargo es superior a ellos, es que los animales se hallan en el orden de su vida y no han podido destruir lo que del mundo espiritual se halla en ellos, puesto que no tienen sentido racional; no así el hombre, el cual piensa por medio del mundo espiritual; este, puesto que ha pervertido en sí aquello (que viene del mundo espiritual) por una vida contraria al orden, cuya vida su razón aprueba, no puede menos de nacer en completa ignorancia y luego por medios Divinos ser reconducido al orden del cielo.

  
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